Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
11 de febrero de 2010
No debemos buscar a Dios solamente en los momentos trágicos, por conveniencia o por alguna necesidad o dificultad. Dios deber estar siempre en nosotros y ocupar el mejor lugar en nuestros corazones. No dejemos que las grandes tragedias, las catástrofes de la naturaleza nos acerquen a Dios cuando todo ya es tarde o está acabado, ganémosle al sufrimiento teniendo a Dios como fortaleza y baluarte.
Hoy quisiera compartir con ustedes esta reflexión que nos ayudara a entender porque es importante tener a Dios siempre en nuestras vidas y no a gotitas. A orillas de un gran río entre montanas, un viejo barquero esperaba con una barca a la gente para trasladarla a la otra orilla. Era persona de pocas palabras, pero en su rostro se reflejaba algo de la majestad de las montanas y de la transparencia de las aguas del gran río.
Un día llegó un joven perdido por aquel valle, acostumbrado tan solo al asfalto y al ruido de la ciudad y pidió al viejo barquero que lo llevara con su barca a la otra orilla. El acepto, sin decir una palabra y se puso a remar. Mientras avanzaban, a la mitad del trayecto, el joven siempre curioso, se dio cuenta que en uno de los remos se podía leer: “Dios” (el roce de los remos había ido borrando otras letras).
Molesto el joven por la palabra “Dios”, que le parecía pasada de moda, empezó a decir: “hoy el ser humano con su razón ha descubierto los secretos del mundo y de la vida… me sobra Dios”. El anciano callo. Tomo el remo en que estaba escrita la palabra Dios, lo dejo en la barca y continúo remando solo con el otro, en el que estaba escrita la palabra “yo”.
Naturalmente la barca no siguió adelante, sino que comenzó a dar vueltas sobre si misma, sin más futuro que aquel pequeño círculo en el que se movía y a ser arrastrada por la corriente. El joven quedo pensativo… el viejo barquero interrumpió el silencio: necesitamos de Dios y de los demás. Que es la palabra ya casi borrada, desgastada y maltratada por la rutina diaria y sé que él y ellos cuentan conmigo, como lo has hecho tú, joven amigo. Y mirando al horizonte añadió: algo más he descubierto, que Dios y los demás van inseparablemente unidos. Y tomando nuevamente el remo en el que se leía Dios, siguió remando y acompañada al joven a la otra orilla.
¡Cuán importante es entonces mantener siempre agua en el río de la esperanza y fuego en la hoguera de la fe! Sin alimentar espejismos, necesitamos cuidar nuestro fuego interior, muy unidos a Dios y a todo lo que nos impulsa avanzar. ¡Animo pues! Sigue adelanten aunque la noche te parezca eterna. No desesperes porque vas a ver la luz. Así como el mar convierte la firme roca, en suave arena, con aun paciencia tenaz, tú también llegaras guiado solo por Dios a la meta, aunque te parezca inalcanzable.
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