Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
29 de julio de 2010
Hay una historia muy interesante donde nos hace reflexionar acerca de nuestra relación con Dios: un maestro viajaba con un discípulo que tenía la responsabilidad de cuidar su camello. Una noche, se acostó a dormir y rezo de esta manera: ‘Señor, te pido que esta noche cuides al camello. Lo dejo en tus manos”.
A la mañana siguiente, el camello había desaparecido. ¿Dónde esta el camello? Pregunto enojado el maestro. No se respondió levantado sus hombres el discípulo. Anoche yo lo deje en las manos de Dios. Si se ha escapado o lo han robado, no es mi culpa. Yo se lo confíe a Dios con todo el corazón y usted me repite siempre, maestro que debo poner en Él toda mi confianza. Insensato, le increpo el maestro. No has entendió nada de lo que he tratado de enseñarte. Pon en Dios toda tu confianza, pero ata al camello, porque Dios no tiene otras manos que las tuyas.
Dios necesita de nosotros, somos su boca para alfabetizar o catequizar un niño o un joven, su abrazo para aliviar un enfermo o acoger a un amigo, sus pies para llegar a una persona solitaria y enferma. Como le gustaba decir a al madre Teresa de Calcuta: “yo soy un lápiz con el que Dios escribe sus cartas de amor”.
Dice la Biblia que Dios nos hizo Varón y Mujer a su imagen y semejanza. Nos hizo creadores. Dejo en nuestras manos la marcha del mundo. Por eso después de habernos creado “al séptimo día descanso”. El no va intervenir directamente para resolver de u modo milagroso los problemas del mundo.
Cuando Jesús nos invita a seguirle, nos esta proponiendo que continuemos su obra de constructores de una civilización del amor. Con su vida y su doctrina, con su palabra, testimonio, nos mostró el camino para alcanzar la plenitud humana en el compromiso de construir la fraternidad planetaria. Seguir a Jesús hoy, en pleno siglo XXI, implica proseguir su misión, trabajar sin descanso para globalizar el servicio, la solidaridad y la esperanza. Por eso, ciertamente, Dios nos necesita. Necesita sobre todo auténticos maestros, que son los creadores de la persona posibles.
La oración proporciona fuerzas para perseverar, para seguir firmes a pesar de los fracasos. Solo con una vida de oración es posible mantener viva la esperanza. Una oración que no mueve al servicio, que no se traduzca en cercanía con el prójimo, es una oración estéril. La nueva sociedad que debe nacer del Evangelio nos necesita. Nos toca ser sembradores de las semillas que Dios nos proporciona. Tenemos la responsabilidad de mantenernos en oración para producir buenos frutos.
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