Por José Eugenio Hoyos.
En nuestra sociedad actual, el pan de cada día es quejarnos por la situación alarmante en que vive nuestra juventud: “Maras, pandillas, drogas, violencia juvenil etc.”
La respuesta de algunos padres de familia siempre son las mismas, falta de educación, falta de oportunidades etc., la violencia juvenil es la consecuencia que nos trae la postguerra, la migración, no hay buena comunicación entre padres e hijos, las secuelas de la pobreza, madres cabeza de familia, las malas compañías y otras respuestas ya conocidas.
El ser humano es tan misterioso como insaciable en todas sus dimensiones y los padres de familia no escapan a esta realidad, concretamente en su relación con sus hijos, porque aunque duela debes admitir que está llena de verdad la afirmación: “Las personas solo aprendemos a ser hijos después de ser padres, y solo aprendemos a ser padres después de ser abuelos”.
Te pareciera que la vida te maltrata y no te permite vivir con intensidad cada experiencia. Pero es lo contrario, la vida misma te concede la oportunidad para que te realices desde tu libertad, lo que sucede es que el ser humano, una veces es orgulloso y otras veces humilde, necesita en sus adentros ser él, y después que cae en cuenta de sus omisiones, de sus errores, entonces se lamenta por el tiempo que cree perdió, mas es así como aprende a valorar y a ver lo que antes no veía con claridad.
No se trata de contrarrestar la violencia de los hijos con castigos y prohibiciones, todo lo contrario acercándonos hacia ellos con una actitud de que los hijos nos interesan y son piezas importantes y necesarias dentro de la familia, el sentido de pertenencia trae muchos cambios beneficiosos y claves.
No se trata de imponer gustos y decisiones a tus hijos, sino de presentarles vías u opciones de desarrollo de sus facultades, pues cuando tu hijo nunca ha palpado una realidad, lo más probable es que jamás se interese rara por ella.
La clave y parte de la solución a los antivalores y comportamientos negativos de los hijos esta en vivir con intensidad cada momento, día y semana tu relación con tus hijos, con los demás y colocándole una dosis mayor de empeño a tus propósitos, no dejar para después lo que puedes hacer ahora, consciente ya de lo que tú, papá o mamá, dejes de hacer por tus hijos, no lo hará nunca nadie y que lo que dejes de hacer lo sentirás siempre como un vacío, que tú misma historia personal se encargara de reclamártelo y hacértelo lamentar: pareciera que solo aprendemos a vivir después de que la vida se nos pasó o nos descuidamos de nuestro hijo y al final se nos fue.
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