jueves, noviembre 13, 2014

Gracias a la fe y a la oración no nos ahogamos

Por Padre José E. Hoyos
Dios en su infinita misericordia y gran sabiduría nos ha regalado la oración y nos ha dado el don de la fe dentro de su plan de salvación. Si no existiera la fe, el hombre no viviría y terminaría desplomado dentro de la vida. La fe se ha difundido y se sigue dando a conocer por la fuerza de la atracción del amor, así nuestra fe es como el grano de mostaza que cuando crece cobija la fe de los débiles y frágiles, aquellos que naufragan en la fe.

El poder de la fe debe conservarse para no naufragar o hundirse en la vida y muchos que la van rechazando, rechazan al mismo Cristo, a su Iglesia y la herencia que han recibido. “Lo que ayuda a nuestra fe es el temor y la paciencia, y nuestra fuerza reside en la tolerancia y la continencia. Si estas virtudes perseveran santamente en nosotros, en todo lo que atrae el Señor, poseeremos además la alegría de la sabiduría, de la ciencia y del perfecto conocimiento” (Epístola de Bernabé, 1).
Definitivamente es el deseo que tenemos por Dios, por sentirnos amados por Él, que hoy nos levanta de todas las postraciones y cadenas que nos atan, que nos impiden ver la gracia, que nos impiden caminar y ser felices. Es hora de quitar la venda del orgullo, del rencor y del odio, es hora de conquistarnos para Dios.
 
 “El que profesa la fe no peca y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce el árbol; del mismo modo los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras: lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin” (Carta San Ignacio de Antioquia a los Efesios 13-18).  Todo es posible para aquel que se acerca a la fe.

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