Por
Rev. José Eugenio Hoyos
Recientemente
fui invitado a predicar al gran congreso de la Divina Misericordia en el Sports
Arena de Los Ángeles, California; evento organizado por Guadalupe Radio TV. Con
un lleno total en este estadio los miles de asistentes pedían en sus oraciones
respuestas a las peticiones de una mejor salud, alivio a sus problemas matrimoniales
o para mejorar la relación con sus hijos.
Verdaderamente
hay mucha necesidad espiritual en nuestras comunidades hispanas formadas en su mayoría
por inmigrantes venidos de México y Centro América. El clamor era para invocar
la fuerza y el poder sanador del Espíritu Santo. Aumentar más la fe, y reforzar
más la oración acompañada de alabanzas. Romanos 8, 15-17 nos dice: “Pues
ustedes han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener
miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios, por este espíritu nos
dirigimos a Dios, diciendo: ¡Abba, Padre! Y este mismo espíritu se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios.”
El
Espíritu Santo nos hace sentir que nuestro Padre Dios, nos cuida, nos provee,
nos advierte, estamos en sus planes y proyectos. Se preocupa de nosotros y
siempre quiere un mayor bien para sus
hijos. De otra parte el dulce Espíritu Santo nos advierte en donde está el
pecado, ya que comienza en nosotros una claridad de conciencia, que n nos deja
pecar con la misma frecuencia, y además nos alerta donde está el peligro para
que nos retiremos de él.
Los
carismáticos llenos del Espíritu Santo serán protegidos, sanados, liberados,
ungidos y verán la gloria de Dios.
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