Por el Rev. José Eugenio Hoyos
En este mes de mayo aprovechamos la oportunidad de acompañar a nuestra Madre del cielo, la Madre de las Madres, la Santísima Virgen María. Ella como Madre de Dios nos ilumina siempre en el camino de la salvación. Ella es la estrella mayor y más importante de todas las estrellas en la constelación espiritual del universo.
María Santísima acompañó en el silencio, en la oración, en la prudencia, en el consejo, a su hijo Jesús y a los primeros discípulos en la Iglesia primitiva. Su oración dio fuerza a los apóstoles para que con el acompañamiento y la fuerza del Espíritu Santo no tuvieran miedo en la misión de evangelizar, puesta por Dios en sus corazones.
Ese mismo mandato divino es dado a todos los que trabajamos en la construcción del Reino de los Cielos, al ejército de voluntarios que damos libremente de nuestro tiempo para llevar el evangelio y las enseñanzas de la Iglesia a un mundo secular y moderno. Pero un mundo que necesita regresar urgentemente a Dios, a la Iglesia y sobre todo luchar por rescatar los valores morales y religiosos en la sociedad actual. De nuevo nuestro mundo necesita ser iluminado por los rayos y destellados de la estrella de lo alto: La Virgen María.
Nuestros pueblos y naciones deben regresar a la devoción Mariana. María se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda como Madre y como hermana. También el puesto único e irrepetible que María ocupa en la comunidad de los creyentes deriva de esta vocación suya fundamental a ser la Madre del redentor. Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.
Así pues, justamente, durante el concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo VI atribuyó solemnemente a María el título de "Madre de la Iglesia." Precisamente por ser Madre de la Iglesia, la Virgen es también Madre de cada uno de nosotros, que somos miembros del cuerpo místico de Cristo. Desde la cruz, Jesús encomendó a su Madre a cada uno de sus discípulos y al mismo tiempo, encomendó a cada uno de sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista San Juan concluye el breve y sugestivo relato con las palabras: "y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,27). Es por eso que los educadores y maestros que son y deben ser estrellas en la iluminación de los estudiantes, deben acoger en sus corazones el amor y la devoción a la Virgen. Pues cada educador es un discípulo de Cristo y María.
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