Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Desde nuestra niñez nuestros primeros catequistas en la fe, ó sea nuestros padres, nos enseñaron las primeras oraciones, cantos de cuna, a persignarnos y sobre todo antes de acostarnos y al salir de nuestras casas a rezarle al Ángel de la Guarda. Era en realidad un tiempo maravilloso, lleno de paz, de ternura, de inocencia, hasta de inmortalidad. Nos sentíamos que para nuestra edad no había principio ni había fin. Todo era transparencia y no había que preocuparse de nada.
Pero lo mas interesante era que nuestra mamá siempre nos enseñaba de que existía un Dios, de que debíamos portarnos bien, y así era pues de esa manera como dentro de nuestro ambiente sentíamos desde ya que vivíamos en el cielo a lo que en realidad era el hogar.
Y cuando empezamos ya a ser jóvenes adultos, nos dimos cuenta que la realidad era otra. Que el verdadero cielo había que ganárselo, que no era tan fácil sino seguíamos las reglas de oro de Dios. Y el rezo de infancia de el “Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que me perdería. Ayúdame con la compañía de Jesús y María”, esta sencilla oración ya nos iba preparando para enfrentarnos a un mundo difícil, hostil, lleno de tentaciones y pecados pero también con muchas cosas buenas para escoger y así de esa forma preparándonos a ser buenos hijos de Dios y llegar a lo que como adultos hemos aprendido a llamar vida eterna, “El Cielo.” Pero, para llegar al tan mentado cielo, o paraíso terrenal hay que ganárselo. En realidad no es tan difícil pues a través de las sagradas escrituras, al cumplir los mandamientos, al participar en los sacramentos, al colaborar con las obras de misericordia y practicar las virtudes cada día vamos subiendo los escalones de la gran escalera espíritual que nos lleva al cielo.
Dentro de mis reflexiones personales me he preguntado muchas veces y he meditado ¿Qué es lo primero que quisiera hacer cuando vaya al cielo? Y en realidad el cielo me lo imagino como otro mundo fascinante con una gran puerta gigante, blanca y llena de muchas luces radiantes, llena de ángeles transparentes y viviendo por todos lado con trompetas dando la bienvenida a todas las almas buenas y llevando a cada persona a San Pedro para que él con sus llaves nos lleva a Dios.
Ya dentro de ese soñado lugar quiero hacer muchas cosas pues como espíritu seré otro ángel y me moveré por todos lados. Allí quiero conocer muchas personas además de los santos y mártires. Ver a mis padres, mis hermanos, mis amigos, la Madre Teresa de Calcuta, el Papa Juan Pablo II, San Juan Bosco. Quisiera sentarme al lado de Lázaro y preguntarle como se sintió después de estar muerto por tres días y la sensación de haber resucitado. O con San Pablo y hablar sobre la fuerza que sintió cuando fue llevado hasta el tercer cielo. Preguntarle igualmente a los leprosos porque no regresaron donde Jesús de Nazaret para darle gracias por haber sido sanados. Definitivamente mis preguntas serian eternas como eterna es la gloria y la vida en el cielo prometido. Lo que Dios nos promete para la eternidad, lo empieza hacer desde nuestra niñez hasta el momento de su llamado.
1 comentario:
Padre, en la primera parte del escrito, veo reflejada mi infancia. En la segunda parte, veo reflejada mi adultez con todas sus tentaciones, peligros y errores que nos apartan del sendero hacia Dios.
Sobre la última parte…me atrevo a vaticinar de que una vez cumplidos todos sus deseos a realizar en el cielo, sentira añoranza por volver a la Tierra y seguir ayudando a sus semejantes tal como hace en vida.
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