Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Cada uno de nosotros en el trascurrir de nuestros días tenemos momentos de mucha felicidad, momentos difíciles y desesperantes. Pero lo más importante es comenzar a aprender a tener un balance. Debemos preguntarnos, cuando vienen turbulencias en nuestras vidas: ¿Dónde está nuestro corazón y nuestra mente en los días difíciles? Por ejemplo, Jesús siempre habló con Dios acerca de Dios todo el día.
La próxima vez que tengamos obscuridades, desengaños, frustraciones, malas noticias, desilusiones, etc., hablemos ante el Santísimo, no unos cinco minutos, sino hasta que haya salido la última gota amarga de nuestra vida. Allí Jesús en el Santísimo Sacramento absorberá todas nuestras penas y nos dará una nueva vida. ¡Date un descanso de ellos! “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3,2). No te arrastres por el suelo de los afanes. Mantente alerta a todo lo relacionado con Cristo, ahí es donde está toda la acción.
Sigue la resolución de San Pablo: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” (2 Corintios 4,18). Cristo puede convertir tus días más difíciles en un Domingo de Resurrección. Dios es poderoso para hacer lo que tú no puedes. Así que entrégale tu problema a Jesús. No cometas el error de los discípulos. Acude primero a Cristo, toma tu problema y entrégalo. La próxima vez que los problemas de la vida parezcan estar a punto de abatirte, recuerda este consejo de San Pedro: “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5,7). “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de Él mana la vida.” (Proverbios 4,23).
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