Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
4 de junio de 2009
La Iglesia de San Antonio de Padua en Falls Church el pasado fin de semana se vio abarrotada de fieles de todas las parroquias del área con el objetivo de celebrar el cumpleaños de la Iglesia; la gran fiesta de Pentecostés. Pentecostés para la comunidad hispana es una celebración de suma importancia por el mensaje trinitario y por lo que ello significa. En varios de nuestros países latinoamericanos se celebra esta fiesta con procesiones, retiros, horas santas, vigilias y novenas al Espíritu Santo.
En nuestra área no solo los grupos de oración carismática son los encargados de darles un toque festivo y solemne, sino que los otros movimientos eclesiales hacen parte de esta solemnidad. Las personas desfilan con estandartes y los celebrantes son recibidos con un mar de pañuelos rojos. Igualmente los jóvenes pertenecientes a los consejos juveniles de la Diócesis se preparan desde el día anterior con una gran vigilia y al siguiente día salen en procesión del estacionamiento de la Catedral de Santo Tomas Moro por todas las calles de Arlington, donde cientos de jóvenes cargando en andas la imagen de la Virgen María van rezando y cantando el Santo Rosario hasta llegar a un parque en Arlington.
La fiesta de Pentecostés también nos recuerda el compromiso que tenemos con la Iglesia y los Sacramentos. La Iglesia sabe que nace en la Resurrección de Cristo, pero se confirma con la venida del Espíritu Santo. Ese día los apóstoles entendieron para qué fueron convocados por Jesús; para qué fueron preparados durante esos tres años de convivencia intima con Él. Por eso cada año Pentecostés se transforma en el “aniversario de la Santa Iglesia. El Espíritu Santo desciende sobre aquella comunidad naciente y temerosa, infundiendo sobre ella sus siete dones, dándoles el valor necesario para anunciar la “Buena Nueva de Jesús”; para perseverarlos en la verdad, como testigos: para ir, bautizar y enseñar a todas las naciones. Esa misma misión se aplica a todos los bautizados hoy en día. Los laicos tiene que comprometerse a evangelizar puerta a puerta y a compartir con la comunidad por todos los vienes recibidos. Para San Pablo es el Espíritu Santo quien derrama en nuestros corazones el amor del Padre” (Romanos 5,5) “y nos da la experiencia íntima de sentirnos hijos de Dios: (Gálatas 4, 6).
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