Arlington Catholic Herald
3 de septiembre de 2009
Hablar de la vida de un sacerdote como el Padre José Eugenio Hoyos, que ha hecho y sigue haciendo historia en este país no es nada sencillo, ya que se corre el riesgo de dejar de lado gran parte de las obras que éste ha construido; sin embargo, quiero tomar ese riesgo y expresar una gratitud muy especial a su sacerdocio, a su amistad, a su respeto y a su desgaste en favor de sus hermanos más desprotegidos y que han representado a lo largo de su vida el rostro de Cristo y me atrevo a decir el sentido de su sacerdocio.
¿Quién no conoce a este singular sacerdote? ¿Quién no ha participado de sus actividades y de su entusiasmo? ¿Quién no ha sido tocado por su humor característico y sus homilías llenas de un positivismo cristiano súper especial? Creo que la gran mayoría de los que vivimos en el área sabemos y hemos compartido de todas estas gracias tan especiales que Dios le ha caracterizado. El padre Hoyos es hombre de bolsillos abiertos y corazón inmenso, que entendió desde el momento de su ordenación sacerdotal cual era su papel dentro de la Iglesia, y lo entendió muy bien, su papel sería “servir, amar y compartir con todo aquel que lo necesitara”, me atrevo a decir que todos estos veinticinco años han sido dedicados al servicio desinteresado del Reino de los cielos, con plena conciencia y convicción, con alegría, celo apostólico, con pasión y esperanza.
Un día en una de nuestras muchas charlas mientras comíamos, le pregunté: “¿Alguna vez has dudado de tu sacerdocio?” Y a quema ropa me contestó: “Jamás, jamás he dudado de mi sacerdocio, lo he vivido a plenitud y cada día estoy más feliz de ser sacerdote, y cada día que pasa lo disfruto más…” No hay duda, me dije a mi mismo, que su vida está marcada en el amor de Dios y en la escucha de su mensaje de esperanza.
Hoy, en esta gran celebración de sus bodas de plata, quiero expresar en nombre de tantos y tantas que le conocemos un agradecimiento especial por su entrega a todos, por su defensa a favor de los desprotegidos y los pobres, por dar lo mejor de sí, por entregar su vida entera a la iglesia y a Cristo. Él ha sido un Robín Hood del siglo XX, que ha quitado a los que tienen para dar a los que no tienen (causándole en no muchas ocasiones problemas, dificultades, malos entendidos y noches de desvelo), que ha sabido ganarse el corazón de grandes y chicos, de ricos y pobres, de tristes y alegres, y ha sabido tratarlos a todos de igual manera. Gracias Padre Hoyos por tu entrega generosa a todos tus hijos espirituales, gracias por devolvernos la paz y la esperanza, por representar en tantas y tantas ocasiones la misericordia y el perdón de Dios ejerciendo los sacramentos, escuchando a los tristes, dando de comer a los pobres, sanando a los que se encuentran enfermos, visitando a los que están prisioneros en la soledad y el dolor, porque en estos tantos años de tu vida supiste entender a tu comunidad.
Hoy rendimos tributo a tu fidelidad al sacerdocio, porque con tu ejemplo has dicho "Sí" a Jesús, y has demostrado que el sacerdocio es un gran don, que se ejerce con alegría, con fe, con dedicación, y aún en contra de aquellos que se vuelven un obstáculo para el desarrollo de este.
Que en el marco de las celebraciones del año sacerdotal, sea bendecido con creces tu sacerdocio, y labor apostólica en esta diócesis y en la Iglesia universal.
Felicidades Padre Hoyos por tus veinticinco años de vida de servicio desinteresado; es una alegría y un orgullo trabajar, y aprender de ti los dones que Dios te ha colmado y poder saber que eres un gran amigo, que siempre está ahí cuando más se necesita.
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