Por el Padre José E. Hoyos
Arlington Catholic Herald
21 de enero del 2010
Con los últimos acontecimientos que estamos viviendo hoy en día como la crisis económica, el calentamiento global, las catástrofes naturales: tsunamis, terremotos, etc. nos damos cuenta que verdaderamente nuestra vida es frágil, pasajera y volátil. El ejemplo mas reciente lo encontramos con el terremoto de Haití, cuantos seres humanos perdieron la vida. Todos ellos se llevaron sus sueños e ilusiones a la tumba.
En este tiempo, unidos en la oración y la solidaridad, sería importante reflexionar sobre este sencillo relato: “Después de vagar tres días perdido en el desierto, a un viajero se le habían agotado las provisiones, energías y hasta la esperanza de salir vivo. Arrastrándose fatigosamente un día más por aquel mar de arena. De pronto ve algo raro. ¿Espejismo? No, un pequeño oasis. El viajar bebe ávidamente el agua limpia y fresca de la fuente. Luego se duerme y descansa toda la noche. Por la mañana se despierta con un hambre atroz. Mira alrededor, buscando algo que lo salve de la muerte. Ve a unos pasos un bulto sellado. Piensa: ¡ojala, sea algún alimento, galletas o fruta! Temblando, abre el bulto, y lo vacía sobre la arena. ¡Sorpresa! Son cientos de diamantes, que destellan bajo el sol del desierto.
El pobre viajero, desesperado, arroja los diamantes lejos de si sobre la arena, gritando: ¿De que me sirven los diamantes si me muero de hambre? El esqueleto del viajero fue hallado mucho tiempo después. A su alrededor brillaban como astros relucientes los diamantes.” La interrogante cae por su propio peso, la del Evangelio: ¿de que le sirve a un hombre ser dueño de todo el mundo, si pierde su vida? (Mt. 16, 26, Sal 144: Heb 2, 6). Por que la ambición, producida por el ansia insaciable de poseer, mata tanto el alma como el cuerpo, hasta el colmo de producir la muerte en medio de las riquezas.
Definitivamente la verdadera riqueza, es una vida plena, realizada, gozosa, deberá contener los siguientes ingredientes: el amor como método, el servicio solidario como acción, una vida en comunidad t Dios como meta. Dichosos nosotros si las riquezas no nos esclavizan y le damos más importancia a las relaciones que a las posesiones. Al fin y al cabo, “el dinero es un buen sirviente, pero un mal amo” H. Bohn.
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