jueves, marzo 04, 2010

Desde El Momento Que Aceptamos A Cristo Estamos Sanos!

Rev. José Eugenio Hoyos

Cuanto quisiera que a mi oficina llegaran todos los días los incrédulos, ateos, sacerdotes y cristianos que piensan que las sanaciones y milagros se acabaron y que ya no existen. Pues grandes sorpresas y conmovedoras conversiones sucederían al escuchar los testimonios de fe, de sanación, conversión y liberación o que recibimos por el Internet.

Esto no es un nuevo fenómeno que este ocurriendo por estos días todo lo contrario es una muestra de un Cristo vivo y resucitado en la Iglesia Católica. Pues verdaderamente en el momento en el que aceptamos a Cristo empezamos a sentir una gran fuerza de sanación que nos transporta a otra dimensión espiritual. Aquí la fe se une a la unción de Cristo y nos sana. Las sagradas escrituras nos dicen en Isaías 53:3-5: “Ciertamente llevó El nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas El herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre El y por sus llagas fuimos nosotros curados”.

Desde el momento que aceptamos a Cristo Jesús como el Señor y Salvador de nuestras vidas, estamos redimidos de toda la maldición de la ley (Gal 3:13) incluyendo todo tipo de enfermedades, vicios, pecados etc. Dicen que hay que creer en los milagros pero no depender de ellos. En efecto, una actitud milagrera causa estragos. Depender de los milagros te lleva a esperar todo de Dios y a esperar magia de tus rezos y devociones. La verdad es que Dios no nos da lo que nosotros mismos podemos alcanzar, para así no apadrinar nuestra desidia.

San Agustín es por eso que nos dice: “Ora como si todo dependiera de Dios, pero trabaja como si todo dependiera de ti”. No olvidemos que el verdadero milagro no es cuando Dios hace lo que tú pides, sino cuando tú haces lo que Dios quiere. En el tiempo del Señor que suceden las sanaciones y no en el tiempo que le ponemos a Dios. En ese momento que te dejas tomar la mano de Cristo y cuando lo sigues con tu mirada suceden cosas maravillosas. Anímate a servir y a iluminar sabiendo que todo lo que haces con fe y con amor es ya un milagro. La misericordia y compasión de Cristo es infinita y por lo tanto es difícil de medirla.

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