Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
11 de marzo del 2010
En este tiempo de Cuaresma, cuando seguimos reflexionado y participando en todas las actividades religiosas que nos ayudan a prepararnos mejor y con gran fuerza espiritual para celebrar muy pronto la Semana Mayor, estamos obligados como buenos católicos a regresar nuestra mirada con los más pobres y los que están sufriendo en nuestro mundo actual.
Cada vez vemos que la pobreza aumenta en nuestros países y en nuestras comunidades. Pero a lo que hay que ponerle más atención es a la pobreza y miseria espiritual. Si falta Dios en nuestras vidas realmente hay escasez de todo. Cuenta la Madre Teresa de Calcuta que en una ocasión recogió a una niña hambrienta en las calles de la ciudad de Calcuta. La hermana le dio un trozo de pan, y la pequeña niña comenzó a comerlo lentamente, pedacito a pedacito y con mucho miedo. “¡Vamos, no temas, nadie te quitará ese pan, cómelo todo!” le dijo la Madre Teresa. Y la pobre niña contestó: “tengo miedo porque una vez que este pan se me termine volveré a tener hambre”. ¿Podrá seguir uno igual imaginando a esa niña hambrienta que hace rendir un pan, pedacito a pedacito, miguita a miguita, por que le teme al hambre que le espera?
Son ilusos los que se ufanan que el capitalismo le haya ganado la guerra al comunismo, cuando no le ha ganado la guerra a la injusticia y la pobreza. Si quieres la paz, practica la justicia, se solidario. Ser justo es procura con decisión que toda persona satisfaga sus necesidades básicas: salud, educación, vivienda, empleo. La paz será un sueño mientras a los empobrecidos por sistemas injustos no se les brinde una vida que merezca el nombre de humana.
La Cuaresma no será vivida a plenitud si no escuchamos la voz del Maestro; “de amarnos los unos a los otros”, pero también de ayudarnos los unos a los otros. La paz espiritual será una fantasía mientras unos pocos vivan en el lujo y la ostentación, ante millones que solo sobreviven. La justicia social es el camino para la convivencia pacífica como loe s una reforma migratoria justa. Sólo con un despertar espiritual lograremos tratarnos como hermanos, hijos del mismo Padre Dios. Ese es el desafío más importante: volver a Dios y volver al hermano. San Basilio dice: “del hambriento es el pan que tu retienes. Del desnudo es el abrigo que guardas en el closet. Del descalzo es el calzado que se está pudriendo en tu poder. Del necesitado es el dinero que acumulas”. San Agustín dice: “socorrer a los necesitados es justicia”. San Ambrosio dice: “no le regalas al pobre una parte de lo tuyo, sino que le devuelves algo de lo suyo”. Decía Mahatma Gandhi “está muy bien hablar de Dios cuando se ha desayunado bien y se espera un almuerzo mejor. Pero es imposible calentarse al sol de la presencia divina cuando millones de hambrientos llaman a nuestra puerta”. No hablemos de pobres, sino de empobrecidos por el sistema, el derroche la explotación. “Félix los que tienen hambre y sed de justicia”.
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