Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
11 de marzo del 2010
En este tiempo de Cuaresma escucho con frecuencia a mis feligreses comentar y preguntar acerca de la importancia del ayuno y la abstinencia. No es gran sorpresa escuchar de católicos comprometidos con la fe: ¡se me olvidó ayunar! ¡Comí carne el viernes! ¡No hice el Santo Vía Crucis! ¡Pasó la Cuaresma y no me confesé!; ¿y cuando es la Semana Santa? dándome la impresión que como cristianos parece que en esta época tan importante nos hayamos congelados espiritualmente.
No podemos olvidar que el ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. La abstinencia obliga a partir de los 14 años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad. Debemos ayunar porque esto nos ayudará a ser más fuertes a las tentaciones y debilidades en la vida. Sobre todo en el pecado. El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: “no”.
El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otros sacrificio pero un sacrificio ofrecido a Dios, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana. Por ejemplo; el Cardenal de Honduras, Oscar Rodríguez, pidió a los numerosos adictos a la red que se propongan un “ayuno de Internet” durante la Cuaresma. Y destinen ese tiempo a la oración. “un ayuno de Internet, ¿por qué no? Hay personas que son adictas al Internet que durante la Cuaresma deberían decir: “voy a hacer una hora menos de Internet y una hora más de oración” dijo el Cardenal Rodríguez. Comentó también que debería haber ayuno de “malas palabras”, de odio, venganza, rencor y otros sentimientos negativos y señaló que, debido a sus altos precios, dejar de comer carne o pescado en esta temporada “ya no es ayuno”.
Lo más importante al hacer este tipo de prácticas es darle su sentido verdadero: por una parte someter la voluntad para fortalecerla con virtudes como la templanza, la sobriedad y la humildad y por otra, favorecer el ejercicio de la caridad pues todos los sacrificios que se hacen deben apuntar a hacer un bien o un servicio al prójimo y a toda la iglesia. Hacer sacrificios y penitencia por costumbre o porque todos lo hacen, no tiene sentido y no favorecer el crecimiento del hombre, que es lo que se pretende.
Hoy solo se puede hablar de ayuno asumiendo el dolor, la impotencia y la rabia de millones de personas que padecen hambre, de niños y mujeres maltratados, de inmigrantes deportados. Ayunar es amor. El ayuno que Dios quería sigue siendo el de partir tu pan con el hambriento, el privarte no sólo de los bienes superfluos, sino aun el dar trabajo al que no lo tiene, a orar por los enfermos, el liberar el drogadicto o prevenir su caída; el denunciar toda injusticia; el dar amor al que está solo y a todo el que se te acerca. Ayunemos con amor para que Dios nos brinde paz.
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