Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
22 de abril de 2010
Posiblemente fuera más fácil en otras épocas de la historia de la Iglesias convencerse de que Cristo es la solución y la necesidad del momento. Lo cierto es que en nuestros días esta tarea se presenta aun mas difícil y, en no pocos casos arriesgada. En un mundo donde la fe es puesta entre paréntesis, donde Dios estorba y es un problema, en una sociedad donde se tiene a presentar una fe y un Cristo “a la carta” en un menú desechable. Con platos recombinados de cristianismo y otras ideologías, mantener intacta y fresca la fe exige, además de una obra de difícil discernimiento y de serio estudio, mucho olvido de si y un temple propio del héroe cristiano.
¿Cuánto vale presentar la figura de Cristo al mundo? Para que esto suceda hay que estar dispuestos a sacrificar para ser fieles a la fe, nos dicen los cientos de millares de mártires que a lo largo de la historia, y en la actualidad, han testimoniado con su sangre que la fe vale mas que la vida. Dios quizá no nos pida el martirio, pero si ciertamente ese otro martirio lento, no menso costoso, que implica conservar, defender y transmitir la fe, con determinación y caridad, en toda circunstancia. Juan Pablo II decía: “existe un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada dirá, incluso en las circunstancias mas ordinarias puede exigir la fidelidad al orden mural, el cristiano implorando con su oración la gracia de Dios, esta llamado a una entrega a veces heroica (encíclica Veritatis Splendor). Gracias a Dios, la fuerza y la eficacia de los papas se ve corroborada por su testimonio de fidelidad inquebrantable a su misión de roca y pastor de la Iglesia nuestro actual pontífice Benedicto XVI es atacado en estos momentos por algunos medios de comunicación sin piedad, sin arduamente y solo para promover una prensa amarillista. Este es el momento en que los católicos de todo el mundo debemos dejar atrás nuestras diferencias, nuestros puntos de vista teológicos o doctrinales distantes y unirnos como un solo pueblo de Dios a defender a nuestro máximo líder de nuestra Iglesia Católica y a defendernos a nosotros mismos porque somos todos Iglesia. Todo lo que se diga en contra de la Iglesia son ataques personales a sus mismos miembros.
Entreguemos cada día nuestro corazón herido a Dios, pues “la Iglesia, unida a Cristo, nace de un corazón herido de Jesús nos ha enseñado que a cada día le basta su preocupación” (Mt 6, 34). “Ayúdense mutuamente a llevar las cargas” (Gal 6, 2)
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