Comunidad de luchadores deja huellas imborrables en Arlington
Luisa Fernanda Montero
Especial para El Pregonero
Luisa Fernanda Montero
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Arlington, como ningún otro condado del área metropolitana, se caracteriza por su diversidad e inclusividad. Su más genuino reflejo: la vida parroquial en el seno de sus iglesias, donde la vibrante y alegre comunidad católica de ese condado virginiano es el motor de su progreso.Con más de veinte años de sacerdocio, el padre José Eugenio Hoyos, la conoce bien, no sólo por haberla guiado sino por haberse constituido en uno de sus más aguerridos defensores. Hoy, como director del Apostolado Hispano de la diócesis de Arlington, el padre Hoyos sabe que su comunidad es el alma de la Iglesia, y la define como una comunidad de luchadores que no se deja vencer y que va dejando huellas imborrables a su paso.
“La comunidad hispanoamericana vino a darle un flujo de sangre y de vida a la diócesis de Arlington”, afirma, describiendo con orgullo ese conglomerado mixto de salvadoreños, hondureños, bolivianos, peruanos, guatemaltecos y mexicanos -entre otros- que le han dado forma a una región que -para él- sin ellos, sencillamente, no sería la misma.Y es que en Arlington, las comunidades tienen historia y al paso de los años han formado enclaves, como los de Culmore o Chirilagua, donde prevalece su cultura, su fortaleza y su inquebrantable determinación de salir adelante a pesar de las vicisitudes que no han faltado, como la crisis económica que sigue golpeándola fuertemente.
“Yo diría que sin los hispanos estaríamos retrasados, que es lo que muchos no han querido reconocer, porque son ignorantes de la cultura nueva que ha traído el hispano aquí, el hispano ha hecho mover y crecer el comercio, es el motor del crecimiento económico de este rico condado, y eso se lo debemos, quiéranlo o no, a la mano del hispano”, resalta el padre Hoyos, recordando que en Arlington, sobresalen hispanos como Walter Tejada, miembro de la junta directiva del condado, y muchos otros que dejan permanentemente en alto el orgullo de su hispanidad.Dentro de esos hispanos laboriosos sobresalen aquéllos que calladamente cumplen con sus deberes como ciudadanos y miembros de su comunidad participando activamente en actividades educativas, políticas, culturales y por supuesto en aquellas en las que la iglesia tiene intereses especiales, como las actividades pastorales y de evangelización que dirige la diócesis.
La Iglesia arlingtoniana, de acuerdo con el padre Hoyos, es una iglesia que acompaña a sus fieles y que lucha con ellos codo a codo en la búsqueda del respeto por su dignidad, a través de la aprobación de una reforma migratoria justa, que les dé el lugar que merecen en un país que, a pesar de las líneas divisorias, también les pertenece.
En ese sentido, la Iglesia no desiste en su labor de abogacía a todos los niveles, tanto en las cámaras legislativas como en las marchas y los eventos que reclamen justicia para la comunidad hispana.
“La Iglesia ha sido una gran voz; a nosotros los sacerdotes se nos ha pedido que defendamos a la gente más desprotegida, por eso reclamamos la reforma migratoria, para que el hispano y otras minorías sean incluidas en una reforma justa y moral porque creemos que ya ha habido mucho derramamiento de lágrimas, mucha tristeza y mucho miedo”, insiste el padre Hoyos.Como sacerdote y educador el padre Hoyos sabe que además de educar al pueblo hispano, es importante también, llevar el mensaje de solidaridad cristiana a las demás comunidades, para que tarde o temprano entiendan el porqué de la lucha y dejen a un lado el racismo que no empata con la tradición católica.“Esto una cuestión de moral y tenemos que hacerlo; tienen que entender un día que arriba hay un juez y que todos somos iguales ante Dios”, resalta.Mientras tanto, la iglesia y la comunidad siguen avanzando. La variedad de actividades y programas que avala son de ello prueba fehaciente.La diócesis tiene programas para jóvenes, para ancianos y para todo aquel que quiera fortalecer su fe, como el programa de Niñas Virtuosas en el que se busca delinear sanamente el futuro de las jovencitas a través de diferentes actividades que buscan alejarlas de embarazos tempranos u otras vicisitudes.
O el de los ancianos, de la Edad de Oro, que los acoge para hacerlos sentir que aún son primordiales para su comunidad y que sus aportes y su sabiduría son indispensables.O el que busca alejar a los jóvenes de la violencia creando una cultura de paz que reconstruya la confianza en el futuro, o los campos de verano o la formación pastoral y de evangelización que les permite a muchos adentrarse en su fe y participar como voluntarios “portadores y multiplicadores de acción social en sus comunidades”.
O los programas de asistencia, consejería y apoyo para los más necesitados, para aquellos que han sido víctimas de la crisis económica o para las familias que, debido a la deportación de uno de los suyos, se enfrentan a situaciones, muchas veces, dramáticas.
“Ha habido un renacer dentro de nuestras iglesias, un florecimiento, las iglesias están llenas, hay nuevas caras y hay una nueva perspectiva de fe, una fe mucho más sólida. Creo que estamos viviendo una purificación de la iglesia muy positiva”, declara el padre Hoyos con el aire confiado del que sabe que cuando más anochece es porque va a amanecer y confía en el coraje y la fe de una comunidad que fortificada por su iglesia, seguirá creciendo y fortaleciéndose día a día.“La Iglesia ha sido una gran voz; a nosotros los sacerdotes se nos ha pedido que defendamos a la gente más desprotegida, por eso reclamamos la reforma migratoria, para que el hispano y otras minorías sean incluidas en una reforma justa y moral porque creemos que ya ha habido mucho derramamiento de lagrimas, mucha tristeza y mucho miedo.” Padre Eugenio Hoyos
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