En cada evento, retiro o Misa de Sanación, los servidores
tienen una misión especial; igualmente el predicador o el sacerdote oficiante,
todo este trabajo aunque no tenga reconocimiento de los hombres, es reconocido
por el mismo Dios y es para la gloria del mismo Dios.
Muchos servidores se desatiendan y se quedan a la mitad del
camino porque no los tienen en cuenta, porque no los aplauden, porque sus
ministerios no son resaltados, o porque no hay una palabra de ánimo. Se nos
olvida que el salario está en el cielo y que nuestras obras por muy humildes
que sean son vistas con agrado por Dios. Definitivamente la gloria
de Dios es Dios. No es algo distinto en Él.
Dios no busca nada distinto de sí mismo. Él lo es todo y se
basta absolutamente. Dios es amor, y el ser, la esencia, del amor es darse,
difundirse. Si la gloria de Dios es Dios y Dios es amor y la esencia del amor es
darse, la gloria de Dios es darse. Dios brilla, se glorifica, dándose. Todo lo
contrario del egoísmo.
Un servidor que desempeñe un servicio dentro de la Iglesia
debe darse y entregarse completamente al Reino de Dios de una forma entusiasta
y desinteresada. La oración y el servicio van de la mano directo al cielo.
Dios permitió que Moisés, por ejemplo, viera su gloria para
que el fuera cambiado por ella. ¡A él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo
Jesus por todas las generaciones, por los siglos de los siglos!” (Efesios
3:21).
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