miércoles, agosto 27, 2008

En Santa Ana, una visita a la abuelita de Jesús: Misión a El Salvador – Parte II

Por el Rev. José Eugenio Hoyos

Nos levantamos el domingo bien temprano y con muchas ganas de celebrar este encuentro con el Señor y con los hermanos que nos esperaban en la ciudad de Santa Ana, hoy asistiríamos a un retiro de todo un día. Atravesamos San Salvador y bajamos la montaña que conduce al famoso centro turístico Los Chorros, nos fuimos internando por grandes y verdes valles y llanuras volcánicas hasta que después de más de una hora llegamos a la heráldica ciudad de Santa Ana.

Al llegar nos perdimos en la ciudad, pero valió la pena, pues pudimos ver parte de la ciudad que conserva todavía la arquitectura colonial y además es famosa por la Catedral gótica y el Teatro Municipal; pero en realidad cuando se intenta, todos los caminos conducen a Roma. Llegamos al gran coliseo del Colegio San Luis, dirigido por los hermanos Maristas, y con una amable y cariñosa bienvenida empezamos nuestra jornada. Decenas de jóvenes comenzaron cargando una gran imagen de la Inmaculada Concepción rodeada de flores tropicales, María de nuevo nos daba el mensaje de que ella como intercesora quería estar presente con nosotros.

Acompañado de nuevo del Padre Martín Ávalos y este humilde servidor, vivimos a plenitud la Eucaristía y una prédica que no me di cuenta que pasé los 45 minutos, pero sentí que no fui yo quien habló, sino fue el poder del Espíritu Santo. El gimnasio estaba colmado de feligreses en su mayoría jóvenes que acompañaban al Ministerio Dei Verbum con sus cantos.




En realidad cada día era diferente. Después de mi homilía el padre Ávalos presentó a 2 jóvenes hermanos de 18 y 19 años respectivamente que hicieron llorar a todos los asistentes, pues según ellos en el mes de abril tuvieron un trágico accidente que por poco pierden la vida. Ambos tuvieron que ser intervenidos quirúrgicamente y de emergencia, el diagnostico fue fatal, el médico comunicó a los padres de estos jóvenes que de sobrevivir, quedarían parapléjicos para toda la vida, que quedaban pocas esperanzas. Pero el cirujano de cirujanos es Cristo Jesús y a través de las oraciones y vigilias del Ministerio, ahora los jóvenes se han incorporado a la vida activa y volvieron a llevar una vida normal. Uno de ellos ese mismo día hizo la primera comunión.


La experiencia de Dios sana tan profundamente que hasta cristifica el cuerpo del creyente; elimina su rudeza, atempera su animadversión, lo hace estético y cordial, amable y atento, alabanza a Dios creador. Con razón el Apóstol nos recuerda que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, redimido por otro cuerpo en cruz y nos exhorta: "Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos" (1 Cor 6, 20). Jesús de Nazaret nos ha invitado a experimentar y a testimoniar que el es salud, salvación para todos, sin excepción, y en cualquier situación, aún en la más deplorable. Así con gran gozo en nuestros corazones nos regresamos cantando "Ángeles de Dios" a San Salvador. ¡Gloria a Dios!

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