lunes, septiembre 22, 2008

Sentimos con fuerza el poder de Juan Pablo II

Por el Rev. José Eugenio Hoyos

Este fin de semana para sorpresa de todos llenamos las instalaciones del Centro Cultural Juan Pablo II en la ciudad capital de los Estados Unidos, Washington DC. Todos los 23 grupos de oración de nuestra Diócesis de Arlington, el Ministerio de Sanación, Intercesión y Liberación se hicieron presentes en este magno evento de espiritualidad. Servidores y personas llegadas de otros estados comenzaron a llenar las instalaciones de este lugar desde las 2 de la tarde, sabiendo que la Misa de Sanación empezaría a las 7:00 p.m. Primero nos fuimos a rezar el Santo Rosario a la Basílica de la Inmaculada Concepción, que nos quedaba al frente. Luego pasamos al centro cultural que de un momento a otro de Museo Pontificio se convirtió en una gran catedral de la fe y de los milagros.



La Misa empezó con los cánticos y alabanzas carismáticos. Desfilamos por los corredores en filas larguísimas de servidores que daban la impresión que subíamos a la gran montaña de las bienaventuranzas o al cielo. Eran momentos de gozo y de espiritualidad. Sentíamos la presencia de nuestro amado Papa Juan Pablo II, pues en algunos lugares habían quedado las manos grabadas en bronce del Santo Padre que nos dejó como legado a la humanidad su carisma, sus enseñanzas y sus amor de Padre.

Como celebrante principal sentí que era un honor y una gran responsabilidad el estar en ese lugar, centro de grandes acontecimientos y de visitas ilustres del Vaticano. De igual forma pensaban los sacerdotes concelebrantes, el Padre Alexander Díaz de la Iglesia de San Felipe en Falls Church y el Padre Luis Fernando Franco de la Iglesia de San Bernardita en Springfield, Virginia.


Los testimonios de sanación eran sorprendentes y nos estremecieron, pues sentíamos la presencia del Espíritu Santo, que a través de Juan Pablo II el poder de sanación de Cristo se sentía con mucha fuerza. En esa noche los testimonios fueron sobre sanación de cáncer en los senos, el colón, el estómago, tumores cerebrales, madres dando testimonio de que en Misas anteriores habían pedido a través de la oración de tener un hijo y ahora gloriosas testificaban haber quedado embarazadas, sanación de artritis, esquizofrenia, depresión, etc.



Gracias a Dios, estamos redescubriendo con nueva vitalidad, el mandato de Jesús de enseñar y sanar (Mc 3, 14-15). Todos en la Iglesia especialmente los laicos, tanto a nivel profesional como de los servidores, están asumiendo con decisión y amor al prójimo este valioso ministerio de sanación. “Sus heridas nos han curado” (1 Ped 2, 24).

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