lunes, octubre 27, 2008

Chocolates, bombones, postres y golosinas: el deleite de los reyes, los niños y los adultos

Por el Rev. José Eugenio Hoyos

¡Que va! ¡No lo niegue! A todos nos gustan los dulces, los chocolates, los chicles, los postres, los bombones, los helados etc. Uno de los regalos que más apreciamos incluyendo los diabéticos son las cajas de los chocolates y de aquellos que al destaparlos ya huelen y vienen cubiertos de papeles de brillantes colores y en muchas ocasiones encerrado en su interior nueces o pequeños coquitos.

Cuando un niño entra en uso de razón siempre prefiere el sabor dulce a lo salado o amargo. Es por eso que los niños en todas las generaciones han preferido un helado de vainilla que tomarse una buena sopa de pollo, prefieren tener en la boca un bombón que un chupete o un tetero lleno de leche.

La historia nos cuenta que uno de los más encantadores hombres de todos los tiempos fue el Sultan Saladino, quien por una de esas casualidades fue el terror de los cristianos en la Tercera Cruzada. Este barbudísimo hombre con talento para casi cualquier cosa no podía dejar de roer golosinas a cualquier hora, pero como era hiperkinetico nunca perdió su silueta fibrosa. Además este controversial guerrero peleaba con las abejas para arrebatarles la miel de las colmenas.

Federico II, gran emperador, se hizo adicto a las cajetas árabes cuando se fue a Palestina, y al regresar de allá se trajo consigo a dos cocineros árabes para que le siguieran haciendo sus dulces. Durante el Renacimiento, Rodrigo Borja, más conocido como el Papa Alejandro VI, era adicto a las frutas confitadas, las hojuelas fritas y los postres pastosos hechos con miel y leche. Al contrario del caso de Saladino, quien siempre lucio esbelto, Alejandro VI llegó a tener una silueta de pavo de engorde.

Cuando el azúcar llegó a Europa tras las cruzadas, la confitería alcanzo un gran auge. Catalina de Médicis al ser matrimoniada por interés con Enrique II de Valois de Francia, llevo consigo numerosas recetas de golosinas italianas. El Príncipe Carlos, taradísimo hijo que tuvo Felipe II de España con su primera esposa, sentía una afición tan grande por la repostería que cuando estaba preso, su propio padre fue acusado de haberlo envenenado aprovechando su gusto por los gruesos pasteles rellenos de miel.

En la India, el aguerrido Tigre de Mysore, el sultán Tipoo, no solo fue uno de los paladines que luchó contra los invasores ingleses, sino que lo hizo con la boca llena. Tipoo no paraba de comer caramelos y golosinas, y un soldado suyo menciona que “no recuerdo haberlo visto jamás sin estar masticando algo”. La pasión por la buena pastelería llevaría al gran Rey Federico II de Prusia a inventar los conos de crema que hoy conocemos como prusianos. El rey Jorge IV de Inglaterra engordo hasta proporciones elefantiásicas por el abuso de los dulces y los postres y Elizabeth Bowles-Lyon, reina consorte de Jorge IV de Inglaterra, fue apodada “la galleta”.

Endulza tu vida no de chocolates y golosinas sino de buenas obras, amando a Dios y a los demás y a ti mismo. Ojalá evitemos los extremismos y practiquemos lo que dice una canción de Alberto Cortez: “ni poco, ni demasiado, todo es cuestión de medida…”. Cuida tu salud y alienta el alma con las vitaminas de la oración.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Ay Padre! Que este escrito me va a costar un viaje a la caja de chocolates y alguna libra de mas, pues yo soy mas bien del tipo Federico II y no Salahadin.