Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Boletín Interparroquial
18 de enero de 2009
Ser misericordioso con uno mismo significa ser tierno para con uno mismo, respetarse, valorarse, tratarse bien, no enfurecerse contra si mismo, no sobre exigirse con propósitos sino principalmente por una vez. Tener un corazón para la debilidad y orfandad dentro de si.
Frecuentemente nos tratamos a nosotros mismos con mucha crueldad. Nos juzgamos cuando cometemos un error. Nos insultamos cuando algo sale mal. Tendremos dentro de nosotros un súper yo inflexible que juzga todos nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, que nos castiga cuando no respondemos a sus exigencias. A menudo no podemos superar este súper yo.
Entonces necesitamos de las palabras de Jesús que trae ante nuestros ojos al Padre Misericordioso, que no expulse al hijo perdido sino que celebra con el una fiesta por que el que estuvo perdido, fue nuevamente encontrado. Por que el que estuvo muerto, fue despertado otra vez a la vida. Precisamos entonces un ángel de la Misericordia que quite poder al Juez que está dentro nosotros y colme nuestro corazón con amor misericordioso.
Conozco mucha gente que actúa misericordiosamente con enfermos y personas en soledad pero que es totalmente inflexible consigo mismo. Pero la falta de misericordia consigo mismo también altera la ayuda frente a los demás. Mi ayuda no les trasmitirá entonces una mala conciencia. Mucho más, encontrarán lugar y hogar dentro de mi corazón.
En el Nuevo Testamento está intimamente ligada la obra y vida de Cristo quien mostró misericordia para con los enfermos, los necesitados y deprovistos de atención espiritual (Mt 9, 36; 14,14). Las Sagradas Escrituras dicen que las misericordias de Dios son nuevas cada mañana. Esto quiere decir que no se agota, que no se gasta, es abundante, es permanente.
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