Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
5 de marzo de 2009
Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma con mucha serenidad y gran convicción de que en esta ocasión mi encuentro personal con Cristo me llevará afortunadamente a una gran conversión y crecimiento espiritual. Pero para que eso suceda debo darle importancia al Sacramento de la Penitencia y empezar a frecuentarlo.
Jesús nos está siempre esperando en cada confesionario de la Iglesia para ofrecernos su amor, perdón y compasión. La solidaridad de Jesús con los pecadores se manifiesta en su aceptación de compartir la mesa con ellos.
Según la observancia fariseo, un pecador no observante contamina la mesa y los participantes. “Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: este hombre recibe a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 1-2). Para Jesús comer con los pecadores es “un gesto profético” de aceptación, de reconciliación.
Invitarse a comer u hospedarse es anunciar el perdón y amor de Dios. “Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede y en tu casa” (Lc 19, 5). La reconciliación no sólo es liquidar una culpa; es un proceso terapéutico que reactiva el poder sanante del amor redimido: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo defraudé…” (Lc 15, 1-2).
El pecado es una estrella obscura en el firmamento de nuestra vida. Para superarlo hay que confesar nuestros pecados ante el sacerdote. Hay que ir a una sanación de mentalidad ante Dios. El catecismo de la Iglesia Católica (1422) nos dice: “Los que se acercan al Sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados.”
Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo, y sus oraciones. La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del Sacramento de la Penitencia; “en la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los últimos mandamientos del Decálogo, pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos” (1456).
Querido hermano(a) entra al confesionario sin miedo, confiando en la misericordia de Dios. Confiesa todos tus pecados desde tu última confesión, no es necesario ilustrar todos los pequeños detalles de lo ocurrido. Confiesa tus propios pecados y no los ajenos. El confesionario no es para desahogarse contando lo que nos han hecho otros. Luego el sacerdote te ofrecerá algún consejo e impartirá la penitencia.
En esta época es muy importante practicar el Acto de Contrición. Frecuentar el Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación es una bendición para los creyentes y un alivio para el alma. ¡No tengas miedo!
1 comentario:
No estoy seguro. Quizas Dios perdona, pero mientras no hay perdon y reconciliacion entre las personas que comparten un agravio...habra alivio en el alma, pero no en el corazon y la mente.Por lo tanto la parte consciente del ser humano, sigue sufriendo.
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