lunes, abril 13, 2009

Sacerdotes felices y muy animados

Por el Rev. José Eugenio Hoyos

Muchísimas veces me han preguntado: "¿Padre, usted es realmente feliz? ¿Alguna vez se ha sentido desanimado en el sacerdocio?" Pues, siempre he respondido y con mucha honestidad que sí, pues cuando hago un recorrido de 25 años de sacerdocio, sí es una realidad que no me equivoqué con mi vocación religiosa sacerdotal.

Me levanto feliz y me acuesto súper contento de haber orado o ayudado a alguien, de haber tenido cada día a Jesús Eucaristía en mis manos, de haberme comunicado con mi Madre del cielo María Santísima a través del Santo Rosario de saber y haber experimentado que los ángeles existen y que aunque algunos no me crean veo ángeles en todas partes y lugares imaginables. Que a través de mi Ministerio de Sanación en la Renovación Católica Carismática he podido ser testigo del poder de Dios con tantas sanaciones y los miles de milagros a través de la oración. Que con gran júbilo y gozo puedo gritar, proclamar, pregonar que Cristo esta vivo y que su obra de compasión y misericordia continua entre nosotros. Que cuando abrazamos a nuestros hermanos(as) sentimos el abrazo de nuestro amigo Jesucristo y de María. Que cuando sonreímos sacerdotalmente encendemos los rostros de los más tristes, de los deprimidos y les devolvemos la confianza y la esperanza en Dios.

No cabe duda de que en nuestro mundo, el sacerdote es un líder, un servidor de tiempo completo, un guía de comunidades, un orientador de la conciencia particular y colectiva. Monseñor Pedro Casaldaliga dice: “Ser como la gente es. Hablar lo que se cree. Creer en lo que se predica. Vivir lo que se proclama. Hasta las últimas consecuencias y en las pequeñas cosas de cada día.”

El sacerdote deja de pertenecer a la Iglesia Católica si no es o no se siente ser un misionero permanente en su familia, en las comunidades de la parroquia, en su propia diócesis, en su país y más allá de las fronteras de su patria. El sacerdote igual y a semejanza de Cristo debe ser humilde y servicial, siempre dispuesto a escuchar a los demás. Del sacerdote se espera hoy un equilibrio en su temperamento y en su actuar: capaz de enfrentar los problemas, tolerando lo tolerable y comprendiendo las incomprensiones.

Los sacerdotes desempeñaremos nuestro ministerio con alegría cuando seamos amigos y hermanos de todos, dispuestos a acompañarlos en los momentos alegres y difíciles. Sin búsqueda de intereses personales y dispuesto hasta morir a si mismo a sus razones y egoísmos. Un hombre consagrado de esperanza, con autoestima positiva, enamorado del Evangelio y con gran amor a la Virgen María. El sacerdote debe ser un profeta que denuncie los males y pecados con el sello del amor y la misericordia, buscando producir la conversión del pecador, pero jamás ofendiendo su dignidad y mucho menos su integridad con la violencia verbal. La Iglesia necesita sacerdotes felices y contentos.

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