Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
15 de abril de 2010
Hace varios días, un periodista de uno de los periódicos hispanos del área metropolitana de Washington me preguntaba “¿Padre, si se quita el celibato en los sacerdotes disminuye el abuso sexual a menores?” y le contestaba que ni lo uno ni lo otro tenían que ver en este tama tan controversial. La pedofilia es una enfermedad y un crimen y el celibato es un regalo de Dios para los sacerdotes como la castidad para los que lo toman y practican como una gran bendición. Además tiene que quedar claro que no todas las víctimas ni siquiera en alto porcentaje son abusadas por el clero. Y que la Iglesia Católica esta haciendo una gran labor para evitar algún abuso sexual entre sacerdotes, voluntarios o empleados de la misma institución.
Cuando se dice que los hombres y mujeres célibes deben amar, muchas personas cuestionan el mandato de la Iglesia sobre el celibato. ¿Cómo esas personas no casadas pueden amar auténticamente, si nunca han conocido la intimidad del amor sexual, si nunca han experimentado el amor a hijos propios? Muchas personas admiten que lo del celibato es algo que no tiene cabida en la sociedad actual. El celibato es ridiculizado. La gente ya no le encuentra ningún valor. Dicen que la Iglesia impone el celibato; que éste debiera ser opcional y que el celibato obligatorio debería ser abolido. Pero el celibato no es una negación del amor humano. No es una negación de la posibilidad de contar con el apoyo y mantener una buena amistad con personas del sexo opuesto. El celibato no es una negación de la belleza de la paternidad o de la maternidad. No es una negación que yo tengo de recibir apoyo tanto de hombres como de mujeres. Sería una mentira creer que el sacerdote puede ir por la vida como ministro de Jesucristo sin el amor y sin el apoyo de otros creyentes.
Como sucede con cualquier otro compromiso, el celibato es demandante y exige disciplina, negación de uno mismo y fidelidad en la oración. El celibato no es algo que se debe temer, ni algo que impida a los hombres y mujeres consagrados ser personas de amor. El compromiso al celibato no nos libera de las tentaciones sexuales. Esas tentaciones vendrán del mismo modo como se presenten en cualquier vocación en la vida. El demonio puede trabajar en el sacerdote las 24 horas del día hasta no descansar al vernos caer en la tentación de la carne, porque estamos dispuestos a aceptar esta elección radical por la edificación del reino de Dios.
La gran humanidad y calidez de Jesús atrajo a las multitudes. Hoy en día tenemos a hombres y mujeres célibes que reflejan estas cualidades de Jesús. El celibato no es un llamado fácil, pero viene de Cristo mismo. En Mateo 19, leemos los puntos de vista de Jesús acerca del divorcio y de volverse a casar. Los discípulos sugieren que, si ese es el caso, sería mejor no casarse. Jesús dijo (ver 11-12): “no todos pueden hacer esto, sino solo aquellos a quienes Dios se lo concede. Algunos no se casan porque nacieron incapacitados para eso; otros porque los hombres los incapacitaron; y otros eligen no casarse por causa del reino de los cielos. Quien pueda poner esto en práctica, que lo haga”.
1 comentario:
Bella prosa Padre Hoyos, bella prosa, pero si levantaramos la sotana negra de la realidad, veriamos a cuantos de verdad, Dios les ha concedido el regalo del celibato verdadero y abnegado. No solamente las ganas de.
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