viernes, mayo 14, 2010

Las manos de Dios untadas de barro

Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
13 de mayo de 2010

“Como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano” (Jeremías 18: 1-10).

En las Sagradas Escrituras encontramos una hermosa figura que nos explica la relación entre Dios y el hombre: es la imagen del alfarero. “Dios es el primer alfarero”. Las manos del Señor, con barro, amasaron al hombre y dieron principio al linaje humano, al llanto, a la canción, a la música”. Dios fue un alfarero enamorado de la tierra: la acarició con sus manos poderosas, e hizo surgir de ese polvo humedecido el cuerpo del hombre.

“Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que Él trabajaba sobre la rueda”, la rueda representa la vida del pueblo de Israel. En otras palabras, hoy la rueda representa la vida de cada creyente. Dios está constantemente trabajando en nuestra vida de una manera personal. Dios nunca se cansa de trabajar. Juan 5-17 dice: “Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. El profeta llegó a casa del alfarero y lo primero que vio fue que el trabajaba sobre la rueda. El barro no puede moldearse por si mismo; solo Dios tiene el poder para dirigir nuestras vidas. Dios aclara que El es soberano sobre todas las cosas.

“Tus manos me formaron, me plasmaron…recuerda que me hiciste como se amasa el barro” (Job 10, 8-9). “El alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeo como barro en manos del alfarero, y este volvió a comenzar, transformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me fui dirigida la palabra de Yahvé en estos términos: ¿no puedo hacer yo con ustedes, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? Miren que como el barro en la mano del alfarero, así son ustedes en mi mano, casa de Israel” (Jer 18, 1-6). “Qué error el de ustedes: ¿es el alfarero como la arcilla, para que diga la obra a su hacedor: ‘no me has hecho’, y la vasija diga a su alfarero: ‘no entiendes el oficio?’ (Is 29, 16). “hombre: ¿quien eres tu para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro dirá a quien lo modeló: ¿por que me hiciste así?’.

¿O es que el alfarero no es dueño de hacer de una misma masa unas vasijas para usos nobles y otras para usos despreciables? (Rom 9, 20-21). En esos cántaros de barro que somos los hombres, quiso Dios guardar un tesoro (2 Cor 4, 7) y llevando más lejos su amor, decidió que hombres de polvo fuesen participantes de su naturaleza divina (2 Pedro 1-4) y que desde el fondo de nuestro ser le pudiéramos gritar: “¡Padre!”.

Así como la dureza del barro produce problemas al alfarero para formar su vasija de barro así la desobediencia del cristiano produce endurecimiento en su corazón. “pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos angustiados, preocupados, deprimidos, sin esperanza, desilusionados y nos olvidamos que estamos protegidos en las manso del alfarero.

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