Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
17 de junio de 2010
Una de las actitudes positivas y significativas que ha tenido la Iglesia Católica en cada crisis ha sido la de salir adelante gracias a la unión y apoyo de sus feligreses. Es muy placentero escuchar “estamos unidos en oración”, “unidos en la Eucaristía”, “unidos en el dolor”, “unidos en la crisis”, “unidos como hermanos”, “un solo Cristo, una fe y una misma iglesia”.
Aunque la situación sea lo mas grave y difícil de solucionar, la unión hace la fuerza. “Que todos sean también en nosotros: así el mundo creerá que tu me has enviado” (Juan 17, 21). La divinidad esta unida por fuerza al corazón. Porque Dios es el verdadero amor que une a todos los corazones. Cristo como corazón de todo creyente nos llama a permanecer unidos ante cualquier circunstancia.
Es por eso que los sacerdotes estamos llamados a ser otros Cristos, estamos desafiados a ver y a sentir desde el corazón, a vivir la unidad desde el corazón. De esta convicción nace la gran meta de Santa Teresita de Lisieux: “En el corazón de la Iglesia yo seré el amor”.
El síndrome más escalofriante no es la tuberculosis, el cáncer o el sida, no la carencia de recursos, no la disminución del catolicismo, sino el de la división. Nosotros mismos dentro de la misma Iglesia criticándonos los unos a los otros o desprestigiando otros movimientos o ministerios le hacemos un gran daño a la Iglesia. Pues abrimos grandes heridas que son difíciles de sanar. La necesidad de la unidad, que no es uniformidad, hoy se hace sentir con mayor fuerza.
El sacerdote, como todo cristiano, llamado a ser otro Cristo, tienen un desafío por delante, y es el de ser un agente cualificado de unidad. Agente de unidad al interior del clero diocesano, evitando las diatribas infundadas e innecesarias, maximizando los valores por encima de las debilidades inevitables. Agente de unidad en la parroquia, creando un clima positivo de formación y evangelizaron centrado en le compromiso autentico, interesándose menos por la comodidad personal y mas por el crecimiento humano y transformación espiritual de la comunidad.
Agente de unidad en su propia persona, tratando de que su hablar sea un reflejo fiel de su interioridad, que los efectos de su acción nazcan de la profundidad de su amistad con Cristo y María nuestra Madre y modelo sacerdotal.
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