jueves, noviembre 20, 2008

La experiencia de ser enviado

Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
20 de noviembre de 2008


En el encuentro con Jesucristo, Pablo recibió una misión. Debía ir a los gentiles y anunciar al mundo entero el Evangelio de Jesucristo. San Pablo señala una y otra vez que Él ha sido “llamado por voluntad de Dios a ser Apóstol de Cristo Jesús” (1 Cor 1, 1). La experiencia de haber recibido de Dios una tarea respecto al mundo entero le marcó y le dio a este Apóstol, con bastante frecuencia enfermo, una fuerza casi sobrehumana. Pese a las muchas experiencias de hostigamiento y difamación, no abandona. Recorre a pie regiones peligrosas y solitarias, emprende viajes en barco para anunciar en todo el mundo el Evangelio de Jesucristo. Tiene la ambición de ir precisamente allí donde aún no ha misionado nadie. Deseaba sembrar la semilla del mensaje Cristiano ante todo en las ciudades importantes del imperio Romano. Tras haber recorrido las principales ciudades griegas, se propuso viajar hasta España, pasando por Roma, para misionar allí. Evidentemente, sentía dentro de si el impulso incesante de anunciar a todo ser humano el mensaje de Jesús, el Crucificado y Resucitado.

San Pablo experimenta en carne propia el ministerio de la muerte y resurrección de Jesús precisamente en su envío. Sabe de su enfermedad, de sus flaquezas personales, de su impotencia ante el mundo, grande y dilatado. Y no obstante, se pone en camino para recorrer todo el imperio Romano y anunciar por todas partes la Buena Nueva. Precisamente en la tensión entre su debilidad personal y la fuerza del mensaje vive el Apóstol el ministerio de la cruz.

La experiencia de Pablo sin embargo, no vale solo para guías espirituales y terapeutas, sino para todos. Deseamos deshacernos de todas nuestra flaquezas. Con bastante frecuencia nos avergüenza nuestra impotencia, nuestra enfermedad, nuestras susceptibilidades, nuestra estructura neurótica. Luchamos contra ella, pero la paradoja de la existencia cristiana es que, precisamente allí donde estamos contra las cuerdas, donde tenemos que confesar nuestra propia impotencia, experimentamos algo que solo podemos llamar gracia. De pronto sentimos en medio de nuestra debilidad una profunda paz interior. Tenemos parte en una paz que no viene de nosotros, sino en última instancia de Dios.

Así, las experiencias personales de Pablo aportan luz y esperanza a nuestras propias experiencia y les dan una interpretación nueva que para nosotros es curativa. En su envío, Pablo experimenta, por un lado, la fascinación de la gloria de Jesucristo, que resplandece también en nuestro rostro. Por otro lado, vive su propia fragilidad. Dice: “Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4, 7). Pablo se identifica totalmente con su envío. A causa de éste, no llega a casarse. Se aplica a todas sus fuerzas a llevar el Evangelio hasta los confines del imperio Romano. De San Pablo podemos aprender a descubrir un lenguaje nuevo que toque los corazones de los demás.

Foto: San Pablo en la cárcel, de Rembrandt

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