sábado, febrero 06, 2010

¿Dónde estaba Dios en la tragedia de Haití?

Por el Padre José E. Hoyos
Arlington Catholic Herald
28 de enero de 2010

Esta pregunta y reflexión que a continuación quiero compartir con ustedes no es nueva, ni es la primera vez que la hacemos o la hemos escuchado en otras personas. Me da tristeza y me lleno de sentimientos encontrados cuando escucho personas, predicadores y pastores de algunas iglesias evangélicas echándole la culpa a Dios.

Recientemente en el terremoto de Haití lo volví a escuchar. Donde un reconocido predicador internacional les decía a su congregación que el terremoto de Haití, era un castigo para el pueblo Haitiano. Que era una señal más del fin del mundo, que los tiempos Apocalípticos se acercan y que el rapto viene con sus garras maquiavélicas a llevarse al hombre a la eternidad. No atemoricemos más a nuestra gente con la Biblia, pues nuestro Dios es un Dios justo, compasivo y lleno de amor.

Las frases que escuchamos a menudo están fuera de contexto en nuestra perspectiva de la fe: “¿por qué Dios no evitó esto?” “No vuelvo a orar porque eso no sirve para nada” “Si yo soy bueno, por qué me pasa esto?” “Si siempre han vivido en la miseria, por qué más castigo?” etc. Nos cuesta entender que Dios no actúa contra nuestra libertad, aunque ella crea males insufribles.

Igual a lo que hace un padre con sus hijos mayores: les ruega que no salgan si hay peligro, pero no los amarra para evitarlo. De otra parte, debemos entender que la fe es un apoyo, no un seguro. Si fuera un seguro tendríamos una fe mágica que nos libra de todo solo porque oramos o somos buenos.

El hecho es que si de verdad vivimos nuestra fe (pocos lo hacen), ella es fuente de luz, paz y fortaleza. Y debemos aceptar que en esta vida compartimos bienes y males, seamos “buenos” o seamos “malos”. En las crisis y ante las penas se hacen patentes la riqueza interior o el abandono espiritual de las personas. Todos sufrimos lo indecible ante la muerte de un ser amado, pero sólo los que tienen un alma grande salen adelante.

Una fe firme y la amistad con Dios no son un seguro contra las penas, pero sí nos libran del desespero. Nos enojamos con Dios y nos alejamos de la Iglesia cuando algo fatal nos sucede, esta es una gran excusa para aceptar el designio de Dios. La triste realidad es que muchos a lo espiritual no le dedican sino migajas de su energía y su tiempo. Ojalá, investiguemos y sepamos leer el Apocalipsis como un libro de confianza y no de terror y miedo.

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