Rev. José Eugenio Hoyos
Boletín Interparroquial
22 de marzo de 2009
Nuestro Señor Jesucristo de muchas formas nos enseño a orar, con su ejemplo, su humildad, su compasión y sus milagros. Cada actuar y hablar de Jesús se convertía en una oración. En esta semana de Cuaresma démosle importancia a la oración pero una oración que verdaderamente agrada a Dios. Reflexionemos en San Mateo 6,5-8: “Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente les vea. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga. No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan.”
“Conviene orar en todo momento y no desfallecer.” (Lucas 18,1) Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya que estar entretejida en oración. Pero no pensemos que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. Por la mañana pienso en ti; y por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso. Toda la jornada puede ser tiempo de oración; de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerdan las Santa Escrituras, también el sueño debe ser oración.
En lugar de pedir cosas implora la sabiduría del Espíritu Santo para discernir el bien del mal. “En los asuntos de importancia eleva el corazón a Dios antes de decidir,” decía San Juan Bosco. No ores para que Dios cambie y haga lo que quieras; ora para cambiar tú y hacer lo que quiere Dios. Siempre harás lo más conveniente si oras para que el Ser Supremo guíe tus pensamientos, palabras y acciones. Santa Teresa de Jesús decía que “el anhelo de todo el que ora debe ser la unión de voluntades: hacer mi voluntad una con la de Dios.”
Pon tu vida en este tiempo de Cuaresma en las manos del Padre Dios y deja que Él sea el buen pastor que te conduce hacia fuentes tranquilas. Repite a diario: “Guíame, Señor, con tu sabiduría, ilumíname con tu luz, fortaléceme con tu poder, aquí estoy, Señor Jesús, para hacer tu voluntad.” La oración bien hecha nos hace crecer en disponibilidad sin el peso del orgullo. La buena oración nos hace cada día más sencillos y amorosos.
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