Por el Rev. José Eugenio Hoyos
¡Que grande y poderoso has sido con cada uno de nosotros en este lugar Cristo Jesús! No nos cansaremos de alabarte y de proclamar una vez más que tu estás infinitamente vivo, estarás en nuestros corazones y en nuestras vidas infinitamente resucitado. Al empezar a dar mi charla “Jesús, Sanador de mi persona” ya todo el pueblo reunido en una impresionante multitud, alababa, oraba, cantaba con tanta fuerza que parecía que en el estadio olímpico de La Vega, hubiese metido un “home run” o un gran batazo del beisbolista Sammy Sosa o uno de los dominicanos famosos, pero no. Era alguien más famoso y con más poder: Jesús de Nazaret.
Sentíamos en aquel majestuoso estadio una gran energía estremecedora y escalofriante que no podíamos entender dentro de nuestra debilidad humana. Escuchábamos desde las tarimas personas que gritaban jubilosas dando gracias a Dios, otros agradecían por los que estaban quedando sanos, los que dejaban muletas y sillas de rueda y empezaban a caminar, daban saltos y se tiraban al suelo. Me impresionaba escuchar los quejidos tan fuertes y el sacudir de tantas personas que quedaban liberadas de sus vicios, sus pasiones o de las hechicerías. Para mi era algo novedoso, por que al mismo tiempo me daba miedo, posiblemente del compromiso o de ver cara a cara a Jesús sanando. Dentro de mi decía: “Este ministerio es en serio y pertenecer a él significa un gran compromiso.”
Después de la animación y las alabanzas le pregunté a la gente: “¿Ustedes se quisieran morir hoy?” Y todos en un estruendoso grito contestaban: “No, claro que no.” Y así empecé diciendo: “Nuestro Dios es un Dios de vivos y no un Dios de muertos. Hoy hemos venido todos desde tempranas horas a glorificar a Dios y a proclamar que Él esta vivo y que se está manifestando entre nosotros.” Les pedí que tuviéramos fe, que confiáramos en Él y que no tuviéramos miedo, que nuestro acercamiento espiritual era el camino que nos conduciría a la gloria.
Luego realicé una reflexión sobre la Hemorroisa, los años que ella tardó para acercarse a el Señor y tocarle el manto. Su decisión de acercarse al maestro le trajo la sanación, la paz y la liberó del dolor. Hoy la Hemorroisa nos invita a que hagamos lo mismo, a que sintamos su poder sanador. Mi experiencia en República Dominicana fue un gran hermoso regalo de Dios. Me siento feliz de haber asistido, por que he regresado ¡Bendecido y Encendido!
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