Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Muchas organizaciones, grupos anti religiosos, ateos de todo el mundo quisieran y desearían de todo corazón que nuestra sociedad actual rompiera toda relación con Dios. En muchos lugares del mundo el gobierno ha tratado de sacar a Dios y a la religión de instituciones, de las escuelas y del pensamiento del hombre, pero no han podido. El poder de Dios es mucho más fuerte.
Es cierto que ya nada nos sorprende, anteriormente nos sorprendía ver un televisor a colores, una lavadora y secadora, el escuchar al hombre hablando desde la luna. Hoy los televisores plasma, los celulares, todo lo digital tampoco nos sorprende. En lo que estamos atentos es en cual será el nuevo invento. Ya hemos tenido por ejemplo adelantos científicos y médicos, experimentamos transplantes de riñón, de pulmones, de corazón, medula ósea etc. Bueno y todos estamos entonces a la expectativa: ¿se acercara la cura para el cáncer o el SIDA? ¿Nos estaremos acercando a una medicina o vacuna para enfermedades terminales?
Mucha gente ha inmigrado, se ha ido a las grandes ciudades y diferentes países. Los avances de los medios de comunican social, particularmente la televisión, ejercen una influencia asombrosa en la manera de pensar y de actuar de la gente, llegando en muchos casos a manipular y hacer de ella lo que quieren quienes lo dirigen.
El hombre quiere ser mas libre, pero han aparecido nuevas formas de esclavitud (el consumismo, la droga, el desenfreno sexual, la pornografía, la manipulación de los medios de comunicación etc.). La técnica ha avanzado mucho, pero parece que espiritualmente no se va mejor como quisiéramos.
Nuestra sociedad actual da la impresión que quería romper con Dios. Ha querido poner al hombre como centro del universo. Ha querido edificar sociedades enormes prescindiendo del fundamento de todo: Dios, sin Dios el hombre no es hombre. Hoy más que nunca la Iglesia debe jugar un papel protagónico y gracias a Dios lo continúa haciendo de muchas formas. El hombre creyente necesita de otros creyentes para alcanzar su fin. De otros hombres para sus fines naturales: la propia educación, el desarrollo de su vida, la educación de sus hijos, pero para ser feliz, no puede prescindir de Dios mismo, que es la frente de la felicidad.
El mundo hoy necesita familias alegres y unidas que se dejen guiar por Cristo y no por los caprichos del hombre.
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