Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
20 de mayo de 2010
Dios en su infinita sabiduría nos invita a amar, respetar y a honrar a nuestros progenitores: “honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da”. En Efesios 6:1-3 nos dice: “hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es un mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”.
“Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar. Las manos le temblaban tanto, que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado p ara ser una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que solo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.
El anciano estaban cada vez mas débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos – no quieren estar conmigo ahora – se decía – tienen miedo de que yo me convierta en una carga. Se pasó una noche en vela pensando que seria de el y al fin trazo un plan. A la mañana siguiente, fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por ultimo, fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrios rotos que tuviera. El anciano llevo el cofre a su casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echo llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies, y mirando bajo la mesa preguntaron: “¿Qué hay en ese cofre?” el anciano respondió: "¡Oh nada! ¡Solo algunas cosas que he ahorrado!”.
Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo. Debe estar lleno con el oro que ahorro a lo largo de los años, susurraron. Deliberaron y decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así custodiar el tesoro. La primera semana el hijo menor se mudo a la casa del padre, lo cuido y le cocino. A la semana siguiente lo reemplazo el segundo hijo, y a la semana siguiente por un tiempo.
Al fin el anciano padre enfermo y falleció. Los hijos le hicieron un elegante funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando termino la ceremonia, buscaron la llave, y abrieron el cofre. Por cierto lo encontraron lleno de vidrios rotos. ¡Que triquiñuela tan infame! Exclamo el hijo mayor, ¡que crueldad para con sus hijos! ¿Pero que podía hacer? Pregunto tristemente el segundo hijo, seamos francos; de no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.
Estoy avergonzado de mi mismo sollozó el hijo menor – obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que el nos enseño cuando éramos pequeños. El hijo mayor muy enojado, volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios, y el desparramo en el sueldo hasta vaciar el cofre. Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro y leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: “honraras a tu padre y a tu madre”. Definitivamente el que oye consejos de los padres y los cumple llega muy lejos y triunfa en la vida.
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