Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
5 de febrero de 2009
Ésta debería ser una pregunta obligada para todos los cristianos del mundo. Si es así, tendríamos que preguntarnos primero si conocemos a Dios. Porque en realidad no se puede amar a un desconocido. “Pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto no puede amar a Dios, a quien no ha visto” (Juan 40,20).
¡Dios si sabe amar! ¡Nos ama tanto! ¡Él lo sabe todo! Sabe hasta lo que se esconde en lo más profundo de nuestro ser. Dios te ha diseñado como una obra de arte original y desea que tengas la mejor vida posible en Él. Dios nunca se cansa de ofrecer su gracia y su perdón.
Su misericordia nunca termina. Algunas veces es muy fácil amar a Dios, porque sabemos que ha hecho mucho por nosotros. Nuestro amor por Dios debe manifestarse en amor por otros, porque Dios ama a todos. Dios ama a todos perfectamente y sin favoritismo. Su salvación es gratuita, para todos los que la aceptan con fe. Lo hermoso de muchos testimonios e historias donde hombres y mujeres han tenido un encuentro personal con Dios es el hablar descubierto que el amor de Dios es incondicional y eterno.
Por ejemplo, recordemos cuando los discípulos de Emaús iban desconsolados, fracasados; un viajero desconocido se les metió en medio y comenzó a librarlos de sus dudas de fe y de su frustración. Cuando se dieron cuenta habían estado hablando con Jesús resucitado, con el mismo Dios.
Zaqueo se encontraba perdido en el pecado de la avaricia. Jesús se metió en su casa y llegó la salvación para Zaqueo. Dios mismo es el que sale en el camino y el que se nos presenta. Al pueblo de Israel el Señor le dijo: Yo soy el que te sacó de Egipto… yo soy el que te llevó por el desierto y no te faltó nada.
Dios se presenta exponiendo algo muy concreto que nos une a Él. Él es el primero que ama; el primero que se presenta. Jesús resaltó el amor de Dios cuando dijo: “Tanto amo Dios al mundo que envío a su hijo único para que todo el que crea en Él no se condene sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16).
Dios en Jesús, viene a poner su casa entre nosotros, viene a meterse en nuestra vida para provocar nuestra salvación. “Dios siempre se presenta como se presentó Jesús en la sinagoga de Nazaret. Viene para traernos la “mejor” noticia del mundo – el Evangelio”. Llega para romper toda atadura que nos impide salvarnos” (Lc 4, 18-19).
Sólo podremos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, si antes lo hemos experimentado en nuestra vida, si lo hemos identificado con el Padre de amor que nos ama, no porque seamos buenos o tengamos muchos méritos, sino, simplemente, porque somos sus hijos. El retorno a lo espiritual, propio de este siglo, ha movido a miles de personas a convertirse en buscadores de iluminación.
“Busca a Dios” es una expresión muy común en los profetas bíblicos, tal como lo leemos en Amos, Buscadme a mi y viviréis dice Dios (Amos 5,4)”. Por eso el reto es doble: buscar la verdadera luz y saber buscar para no caer en el engaño. Ama a Dios sobre todas las cosas, vale la pena. La calidad de tu amor a otros revela la calidad de tu amor a Dios.
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