Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Hace varios días visité como de costumbre el hospital de Fairfax, Virginia, localizado sólo a unas cuantas cuadras de mi parroquia. Después de visitar a varios enfermos una enfermera que en ese mismo instante se encontraba en el lugar, me pidió que fuera hacer oración por un pequeño niño que se encontraba en cuidados intensivos en la unidad infantil.
Después de atravesar varios corredores, llegamos al lugar donde encontramos al niño de nombre Javier con sus jóvenes padres de origen mexicano que se encontraban al lado de la cunita llenos de llanto y desesperación por la situación de su pequeño hijo. El niño ya llevaba varios días hospitalizado a raíz de grandes fiebres y convulsiones que hicieron que Javier entrara en estado de coma y fuera llevado de emergencia al hospital.
A pesar de que los padres de Javier, Ana y Pedro no estaban muy entregados a su fe y a su Iglesia empezamos a orar por la creatura. Los visité 3 días consecutivos más y cuando regresé el cuarto día la misma enfermera me comunicó que Dios la noche anterior se había llevado al niño al cielo. Inmediatamente me puse en contacto con los padres del niño, los visité, les llevé consuelo y ayuda y lo que más me impresionó fue la fortaleza de los padres del niño al aceptar de ahora en adelante la ausencia de Javier.
”Dios nos lo prestó por unos años, ahora nos toca devolvérselos al Señor y nos hemos puesto en oración para que Dios cuando Él quiera nos envíe otro hijo, no para reemplazar a Javier sino para glorificar a Dios por la vida”, aseguraba Ana abrazando a su esposo Pedro.
En realidad esta sencilla y conmovedora escena me movía el corazón y me mostraba una vez más que la vida es muy corta y que la muerte no busca la experiencia, ni la inocencia, la sabiduría, ni riqueza, que cuando llega, llega y tenemos que aceptarla. En realidad a grandes y a chicos nos toca irnos preparándonos a dar este paso a la verdadera vida, a la eterna la que nos prometió el Señor. Para los dolores del cuerpo y del alma la mejor medicina es la de Cristo. El mejor hospital lo tiene Jesús de Nazaret, porque las consultas son gratis, los remedios que el dio son las recetas naturales del Evangelio.
Señor Jesús, voy a tener diariamente una inyección de amor y al irme a acostar dos capsulas de conciencia tranquila. Para cuando llegue esa hora a mi o algún familiar o amigo este listo con la mejor medicina de paciencia, aceptación, fortaleza y amor que sólo las tienes tú. Amén.
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