Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
8 de abril de 2010
Todavía hay eco en las palabras de Jesús pronunciada en el Monte del Calvario. Fueron tan fuetes y tan sentidas que a pesar de que con gran alegría continuamos celebrando la Pascua de la Resurrección es difícil olvidar el sacrificio de amor de Cristo para con la humanidad.
Desde los primeros tiempos, Dios en sus obras universales venia preparando el camino para el advenimiento de su hijo, para que fuese guía y ejemplo del hombre por los siglos y los condujese a la patria celestial, al paraíso de la gloria, cenáculo de Espíritu Divino.
Jesucristo es el Emmanuel predicado por las profecías mesiánicas, nacido en Belén y peregrino en Egipto, Tiberiades, Jordan, Samaria, Betania, Jerusalén y el Gólgota. Fue ejemplo viviente, muestra de los valores divinos, erradicación sublime de la verdad, cumbre de la sabiduría, blasón y portaestandarte de la estirpe de los seguidores de Dios. En el no se da ni un desmayo en la labor misionera, ni una queja en el final sacrificio.
Todo es trabajo y esperanza, valor y alegría, fe y caridad, perfección y grandeza; clásico en sus maneras, fuerte en el consejo, acariciante en la penuria del mendigo. Su entrega fue total y eterna. Ese “Consummantun Est” es aun invitación a todos los católicos del mundo para que no dejemos neutras creencia, oraciones, y trabajo, en nuestra Iglesia en la mitad del camino. Para que no demos nuestro brazo a torcer cuando lleguen los escándalos, la persecución, el desengaño, el desanimo en nuestra vida espiritual. Allí esta Jesús resucitado dándonos animo y abriendo caminos para que sigamos sus huellas.
Que la crucifixión, pasión y ahora la Resurrección nos sirva de ejemplo para imitar al Maestro de Nazaret. Sírvanos su ejemplo vivificante en la hora de nuestra amargura, en los momentos de dolor, de rabia, cuando perdemos a un ser querido, cuando tiembla la tierra, cuando pensamos que no solo se ha rasgado el velo del templo, sino que nuestra tierra se ha partido en dos y que Cristo esta en la mitad sosteniéndonos con sus fuertes y poderosas manos. Ahí esta la redención del hombre. El cargó con nuestras culpas y por las heridas de Jesús fuimos curados de nuestras culpas y por las heridas de Jesús fuimos curados de nuestras heridas. Por sus llagas hemos sido sanados.
Así como la libre entrega de Jesús fue principio de vida que venció al egoísmo, todo morir (si es como el de Jesús) es muerte gloriosa. Todo sufrimiento, en comunión con el de Cristo Crucificado, es redentor. Toda negación voluntaria y amorosa de si mismo es ya Resurrección. ¿Después de la Resurrección que debemos hacer? Cristo mismo nos dijo que se nos reconocería en: “en esto reconocerán todos que son mis discípulos: si se tienen amor los unos a los otros” (Juan 13-35). La vida cristianan es una vida de amor y la Resurrección fue una expresión de amor para todas las personas en todas las generaciones.
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