Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Hace algunos días, miembros del Ministerio de Sanación de la Renovación Carismática Católica de la Diócesis de Arlington en la casa funeraria en Alexandria me preguntaron: ¿Padre, a este hermano que estaba enfermo le oramos pensando que Cristo lo iba sanar inmediatamente y se nos murió? ¿Por qué, que paso? ¿Seria que a nuestra oración le faltó fuerza? ¿Dios no nos ayudo? Y realmente de verlos tan consternados y afligidos lo único que pude decirles es que la oración si tiene efecto eficaz y que allí si se sintió la presencia de Jesús.
Pero los designios de seguir en este mundo no son los nuestros sino el deseo de Dios, Dios en su magnifica sabiduría prefiere darle paz a los enfermos, dándoles el premio de la eternidad. Vivimos en el tiempo de Dios, y se deben aceptar la voluntad de Él. Pues de Él venimos y a Él vamos. Nosotros los que estamos en el Ministerio de Sanación o de imposición de manos debemos entender que solo somos trabajadores en la viña del Señor, nosotros no somos dueños de esa viña, somos instrumentos, y es Dios quien tiene la última palabra.
Muchas personas a menudo se enojan con nosotros, con Dios y con la Iglesia porque sus enfermos de cáncer, de SIDA u otras enfermedades terminales no son sanados inmediatamente cuando los llevan a una Misa de Sanación, o cuando hay un predicador internacional o de fama.
Hay personas que actúan como si uno pudiera manipular a Dios, obligándolo a través de la oración a hacer lo que nosotros queremos. Si creo lo suficiente o si digo lo correcto o si tengo la fe suficiente, entonces Dios tiene que actuar. Pero Dios nos enseña una vez más a que debemos madurar nuestra fe. Que Él no cambia para complacernos. En el proceso de orar y a través de la oración, somos nosotros quiénes cambiamos para adaptarnos a la voluntad de Dios. Cuando entendemos esto, somos capaces de aceptar las situaciones difíciles, porque Dios nos provee de fortaleza, gracia y visión. Él nos muestra su voluntad con mayor claridad, una persona sanada y no enterrada en vida es aquel(a) que al fallecer un ser querido dice: mis hijos no eran míos, pertenecían a Dios, mis hijos fueron dados para que los alimentáramos, educaremos, los amaramos y los cuidáramos, pero ellos son de Dios. Dios nos da fortaleza en el momento en que más lo necesitamos. ¿y quien soy yo para decirle a Dios lo que debe hacer?
Muchas personas se acercan a la oración de sanación en busca de curaciones físicas y no tienen ningún interés en ser sanadas espiritualmente.
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