Por el Rev. José Eugenio Hoyos
¿Ha estado usted alguna vez cerca de un incendio? ¿O ha sido testigo de una alarma falsa de fuego dentro de un edificio? Bueno pues no se lo aconsejo porque es bastante escalofriante, desesperante y muy angustioso. El ver quemarse un gran bosque o una casa en el vecindario es muy doloroso y nos pone los nervios de punta al saber que no podemos hacer absolutamente nada y nos entra una gran desesperación más cuando nos damos cuenta que dentro de esa casa ó edificio que esta siendo devorado por las llamas todavía se encuentran en su interior seres humanos.
Lo mismo pasa con cada uno de nosotros cuando nos encontramos en graves problemas donde pensamos que ya no hay solución y en el instante nos acordamos que existe un Dios y a Él inmediatamente le pedimos que venga ayudarnos, a socorrernos y a apagar el incendio de nuestras penas. ¡Que vergüenza! Cuando la ausencia de Dios es notoria en las personas empiezan los lamentos: la vida es injusta conmigo, ¿Por qué me pasa esto a mi? Quien así se lamenta se concentra en su problema y se olvida de todo lo bueno que ha vivido y aun disfruta.
Más sensato es aquel que mira el lado bueno de la vida y descubre bienes detrás de males reales o aparentes. Muchos de los que se llaman cristianos hoy en día tienen a Cristo por ratitos, sólo lo necesitan cuando necesitan que Dios les apague el incendio de sus problemas amorosos, económicos, de salud en un accidente, etc. Mientras que un cristiano activo y normal le debe pedir a Cristo que siempre mantengan encendido el fuego de sus corazones con el poder del Espíritu Santo y que ojalá ese fuego que da vida no se apague nunca. Aquellos que viven encendidos son como el ciego que se acepta como es y da gracias por estar vivo, por su familia y por poder rehabilitarse, el enfermo que aprecia todo lo que es y lo que tiene, ó el pobre que mira hacia abajo y ve que hay miserables que quieran estar como él.
En mi niñez siempre recuerdo que en una de las navidades mis padres me regalaron un carro de bomberos de color rojo y llevaba una docena de bomberos vestidos de color amarillo. Al ver el regalo me encantó. Mis padres al verme lo entusiasmado que estaba me dijeron: “No olvides que los bomberos que van de lado a lado son los apóstoles y el bombero mayor que lleva el timón ese es Cristo Jesús. Pues ellos están siempre listos para apagar los incendios de nuestras vidas y así traernos la paz y la esperanza.” Si desde pequeño pienso que Jesús es más que un bombero, es el alivio para todas nuestras penas y dificultades.
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