
Cuando nuestros niños entran a la adolescencia desafortunadamente muchos padres de familia tratan de orientarlos y educarlos en la dirección equivocada. Cuando son mujeres, algunos quieren que ellas aprendan solo las labores domésticas y en el campo que se dediquen solo al hogar y que no reciban ninguna educación. A los varones se les enseña a que se vayan perfilando como verdaderos machos, trabajo rudimentario, conocer las trabajadoras del sexo a temprana edad, a ingerir alcohol y a tratar mal a las mujeres. Desafortunadamente es un “machismo malentendido” pues los padres ni acarician, ni abrazan a sus hijos porque piensan que de esa forma van a perder su identidad sexual.
Por favor padres de familia eso no es formación, ni enseñar a los jóvenes a ser hombres de valor, todo lo contrario. Despertemos; estamos viviendo en el siglo XVI no en el tiempo de los cavernícolas. Hay valores, derechos y deberes mucho más importantes que se le pueden enseñar a los hijos(as) pero que sean verdaderos ciudadanos del hoy y del mañana. El verdadero hombre de valor no es el “macho borracho” ni el “macho abusivo”, todo lo contrario. Es aquel quien sigue la ley de Dios del respeto, del amor, y de la ternura.
Un ejemplo que quisiera darles para que reflexionemos de las lecciones que nos puede dar la vida es sobre la niña actriz Drew Barrymore, hija de Jaid Mako y John Barrymore. Su padre, es hijo del famoso John Barrymore, uno de los actores más importantes y prestigiosos del cine hollywoodiense durante la década de los años 30. A los 11 meses su madre empezó a llevar a la pequeña Drew a castings para televisión. Había nacido una actriz cuando Drew protagonizó su primera aparición en televisión, un anuncio para Gainesburger Puppy Food y con 2 años ya se estrenó en alguna que otra serie de televisión. Su sonrisa era deslumbrante y tenía una personalidad que enganchaba.
A los 13 años se hizo mucho mas conocida a nivel mundial con la película “ET” pero la felicidad no está ni en el dinero ni en la fama, según su dramatico testimonio: “Fui alcohólica desde los 10 años. Asistía a las fiestas familiares desde los 8 años. La champaña me servía para matar el aburrimiento. Luego seguí bebiendo a escondidas. Al alcohol se unió la droga. Cuando mi familia se enteró, ya estaba abocada a la autodestrucción. Me internaron en un hospital y ya me siento recuperada. No quiero volver a la bebida, que me ha hecho tan desgraciada”. ¿Qué pensaran los muchos adultos que se jactan de dar licor a sus niños? Ahora gozan porque el hijo si aguanta, ¿y más tarde que? Tenemos que aprender a divertirnos sin alcohol, sin drogas, ni cigarrillo para no convertir a los niños en viciosos; ellos viven para imitar.
Foto: Drew Barrymore